"Yo jamás he sido un hombre a medias, he sabido lo que es conseguir sin pasar por encima de nadie."
"Fuimos construyendo una casa modesta y en ella un local comercial donde con $10,867.00 pesos pusimos una pequeña tienda de abarrotes: "La Manzana". Pusimos todo el amor y todo el esfuerzo. Mi mujer la atendía y yo la surtía; por las mañanas me iba yo al Agropecuario a comprar verduras y frutas y todo lo relacionado a lo que podíamos, según lo que teníamos y se requería.
Empezó a tener tal éxito que no nos dábamos abasto para atender a todas las personas que llegaban. "La Manzana" estaba justo enfrente de un Colegio y solicitado y poblado por los hijos de gente bien acomodada, por lo tanto, era un punto estratégico y adecuado; por el otro lado, otro colegio, más lleno y grande que el de enfrente en el que inscribimos a nuestras hijas. Recuerdo que les escribí el himno para que lo cantaran en el coro, todos los lunes.
Desde "La Manzana! lo escuchábamos.
Se me ocurrió ofrecer tortas a la plancha y tuvimos tal éxito que preparábamos hasta 100 o más tortas al día. Pusimos una fotocopiadora y artículos de papelería. Trabajábamos desde muy temprano, nos amanecía el día a las 6a.m. ... Nos fue muy bien, porque cuando se trabaja se consigue.
Pude hacerme del terreno de atrás de nuestra casa y en él puse un negocio pequeño de pollos a la leña, "Napollos", le puse por nombre allí, mi Chatita (Mi hermana María de Jesús) atendíamos y nos fue muy bien, teníamos pollos de sabores, al cilantro, con jugo de naranja, al estilo gringo (con salsa roja), y los fines de semana, en la compra de un pollo, regalábamos mole, una bolsita y arroz. Los domingos cocinaba yo paella en honor de quien algún día me enseñó a prepararla; se vendía toda.
"La lucha por la vida no te asombre, porque no es hombre el que luchar no sabe", me decía mi querido Viejo. Nos fue sensacional, por las noches puse tacos al pastor, con piña y todo lo demás, batallaba para cortarla del trompo, pero aprendí. Transcurrió así alrededor de un año, dos, no sé cuánto.
Un día, uno de esos días, único y trascendental, estaba yo ensimismado en "La Manzana", pensando en mi carrera como cantante-compositor, extrañando como un idiota presentarme en algún lado, cosa que hacía de vez en cuando, no amargado ni derrotado, sólo conforme, de cuando en cuando alguien me llamaba para ir a algún teatro del pueblo y yo acudía con mi nombre y algunos kilos de más, parado en una realidad que me envolvió, aquél camino de tantos intereses y tanta irrealidad. Absorto estaba en mis pensamientos cuando de pronto escuché una voz que me sacó de mi ensimismamiento.
_Hola, ¿Me das una coca de lata? - a lo que accedí con gusto y prestancia. Él me miró, frunció el entrecejo, constató con un gesto su interrogante y me dijo señalándome _ Tú eres... José María Napoleón?
-A lo que yo le respondí que sí.
-¡Napoleón! ¿El Cantante?, ¿El compositor?
_¡Sí, soy yo!
-¡Y qué carajos haces aquí?- me dijo
-Atendiéndote, le respondí
-Nooo, no me chingues!!!, No puede ser!!, yo te admiro como no tienes idea.. ¡Eres un chingón!, ¿Qué? ¿Ya no cantas?, o qué.. ¿Qué te pasa?, No la jodas, dedícate a lo tuyo. Adiós. No quiero nada. Ahí nos vemos.
Y se fue, y yo sin entender, me quedé viéndolo. Lo vi recoger a su hijito. Antes de subir a su auto, me miró, lo miré. Me hizo, con su actitud y sus palabras entrar en un mar en el que yo no navegaba desde hacía tiempo. Transcurría mi vida junto a mi familia, pero ¿Acaso la vivía yo?, ¿Estaba haciendo lo que realmente yo anhelaba como ser humano? ¿Estaba seguro que estar al lado de ella, de ellos, era lo mejor que podíamos tener? Pero... ¿Y yo?... Las canciones, presentarme ante los que me hicieron algún día... sentir los aplausos, ¡Sentirme Vivo!.
Y una vez más.. como siempre lo hacía, hasta ella fui. A buscar a María, mi madre, ¡Suerte que aún la tengo! Llegué hasta donde ella vivía, no hasta la casa que "Vive" le compró, para entonces, a ella ya se la habían arrebatado.
Le conté aquél capítulo, lloré desconsoladamente, me desahogué, pataleé y contrariamente, en lugar del hombro en donde recargarme, espetó:
-¡Y de qué te quejas?, ¿Acaso no te dije que tú eres cantante y compositor?, ¡Vete de aquí!
Me lo dijo con lágrimas en los ojos.
-Ve y busca, encamina tus pasos por donde ya sabes. la gente no se ha olvidado de ti, eres tú quien se ha olvidado de ellos¡ sigue cantando tus canciones. Ve y abrázalos. ¿Qué esperas?, recuerda: ¡Perro que sale, encuentra hueso¡
Unos días después, volvió aquél hombre y mirándome con respeto, me dijo: -Discúlpame, por favor, no quise ofenderte. Es sólo que no te veo haciendo esto el resto de tu vida.
Me regresé al DF agradeciendo sus palabras. sin ellas, es posible que no hubiera despertado...
Busqué gente que me ayudara y la encontré. Empecé a cantar en lugares pequeños por muy poca paga y pude comprobar que haciendo ruido, alguien escucharía.
Extracto del libro
Yo sólo quería ser Torero
p90 al 93.
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