Y Alberto?
Antes de irme a España, lo dejé en estado delicado enfermo y muy afónico.
Él me enseñó mucho de lo que hoy sé en cuanto a tocar la guitarra; nos entendíamos perfectamente en eso de acoplar nuestras voces, éramos admirados y bien recibidos donde quiera que fuéramos.
Cantábamos con enorme gusto y enjundia, bordábamos Noche de ronda y tantas otras.
Llevábamos serenatas y cantábamos, lo mismo que en aquella esquina de Don Trino, que en el Parque Hidalgo, éramos una pandilla musical, unos con el wiro, otros con las maracas, una vez hasta formamos un grupo musical, tocábamos en cafés, en fiestas la armábamos bien bonito.
Nos hacíamos llamar Los Macabros, yo no sé a quién se le ocurrió. El nombre era horrible y no estábamos tan feos. Aquello iba junto con pegado, Él (Alberto) era unos años mayor que yo y mientras Ricardo, Arturo, Sergio, Paco y yo nos juntábamos para hablar tantas tonterías, él, Alberto (le decíamos Tito) se echaba sus copitas y a veces, otras cositas.
Nuestro barrio, era un barrio bravo, sobre todos los fines de semana; digo esto porque al lado de las vías del tren que separaban nuestro barrio, estaba el cuartel de los soldados y la verdad, a cierta hora de la noche no era muy recomendable andar por ahí.
Pues las copitas y otras cositas hicieron daño en nuestro querido Tito. Desde que me fui a México, ya lo dejé mal; y cada vez que regresaba estaba peor. Sufría de ansiedades y me dolía verlo así y al ver aquella triste y desesperada situación, me ofrecí a ayudarlo y le dije: Tito, si dejas todo eso que te hace daño y te recuperas, haré que grabes un disco de 4 canciones.
Le prometí!
Le prometí!
ÉL se emocionó muchísimo y yo preparé todo para cumplir con mi palabra. Nacho González mi director artístico en aquel tiempo, gran músico y enorme amigo, a quien hablé de mí intenciones para con mi amigo, me ayudaría en ese propósito. Lo planeamos y le pusimos fecha, tal día, tal hora. Y el tal día y tal hora llegaron, pero Alberto no llegó. Ni hablar.
Por momentos me sentí frustrado, incómodo. El estudio, los músicos, las canciones, el espacio y los buenos deseos quedaron llenos de su ausencia y yo me fui a España.
Concluida la cena, entregado el reconocimiento y disfrutando aquel encuentro con mi familia, ahí compartiendo entre personalidades y amigos, habló mi padre, humilde, pero sabelotodo, él aprendió en la escuela de la vida; no sabía leer y aprendió; no sabía escribir e hizo versos; aprendió a hablar inglés y fue representante de su sector ferrocarrilero.
Transcurría la noche y dos jóvenes se me acercaron, me saludaron y uno de ellos me dijo: usted era amigo de nuestro profe de guitarra. Él Siempre hablaba de usted, nos decía que cantaban juntos desde chiquitos.
Ah, si? Y quién es tu profe de guitarra? Por qué dices que les cantaba?
Es que ya se murió! Se llamaba Alberto.
Ah, si? Y quién es tu profe de guitarra? Por qué dices que les cantaba?
Es que ya se murió! Se llamaba Alberto.
Yo tenía las manos metidas en las bolsas de mi saco. Estire los brazos con tal desesperación que reventé los fondos de tela de las bolsas y enloquecí, salí corriendo de ahí, escapé como ladrón que huye.
Corrí por en medio de las vías del tren; deje la fiesta, a mi familia a todo aquello que en mi honor habían organizado. Algunos, los que se dieron cuenta, me siguieron sin comprender lo que pasaba. Solo me siguieron. Y un viento me llevó hasta Teresa, su mujer.
Era noche ya. Salió y al verme se fundió conmigo en un abrazo sin palabras. No me falló, Alberto no me falló, se le escapó la vida durante su viaje al que nunca llegó.
Si supieras, Alberto, cuánto del camino he caminado! Si estuvieras conmigo, no habría mejor testigo para contemplar nuestro sueño realizado...
Del libro Yo solo quería ser TORERO.
De José María Napoleón.
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