Me escogió a mí, yo no sé porqué, pero fui yo. me nombró su mandadero oficial, era yo la saeta que volaba hasta la tienda de don Trino, a la de don Jesús, o hasta la calle Madero a seis cuadras de nuestra calle, a todo correr, a galope, hasta la farmacia, con un papelito en la mano, a comprar lo que ahí ella había escrito cosas de mujer, era eso, me lo decían las miradas de aquellas señoras que entre pícaras sonrisas y caras chistosas me atendían entre cuchicheos. Y adiós, de regreso, a volar, sin alas emprendía El regreso y a sus manos y a su encuentro con aquel paquete entre las mías. Algunos, centavos me regalaba, pero lo que más me gustaba era aquel: Póngase contra la pared! Y no volteé. Voy a cambiarme, me entiende? No volteé! Y yo, todo prestó y obediente, contra la pared! Pero oh! bendito espejo; había un espejo en su tocador, hacia donde yo, sí volteaba de reojo, qué maravilla! Fue así que a tan temprana edad, descubrí el maravilloso encanto de aquella mujer.
Noche a noche se paraba en cualquiera de los dos esquinas de nuestra cuadra. A veces yo la seguía, no siempre; estaba y no estaba, aparecía y desaparecía; a veces no regresaba y volvía hasta el día siguiente. Así pasaron cinco inviernos, así fue que ella se plantó en mi recuerdo. Fue de esa forma que se quedó a vivir en un lugar de mi corazón porque ella era un pajarillo de blancas alas... Oh, Dios, me ahogan estas lágrimas! Voló el tiempo cómo vuelan las hojas en el viento.
Del Libro: Yo solo quería ser TORERO.
JOSÉ MARÍA NAPOLEÓN.
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